
Hace diez años comenzó esta historia, un juego entre hemisferios, un sueño que parecía imposible: hacer vino australiano con alma mexicana. Juguette nació como un homenaje a la creatividad, a la libertad de expresión enológica y a la posibilidad de romper moldes sin perderle el respeto. Lo que empezó con una pequeña producción pensada para amigos y familia, se convirtió en una marca con alma propia, reconocida por su calidad, por su carácter y por su capacidad de emocionar en cada copa.
Hoy, una década después, celebramos ese recorrido. Diez años de vendimias, aprendizajes, desafíos y botellas que han contado historias únicas. Así como el calendario maya simboliza el cierre de un ciclo y el inicio de otro con más sabiduría, este aniversario representa para nosotros una nueva etapa: más madura, más osada y con los mismos ideales intactos. Te invitamos a recorrer nuestra línea del tiempo, a revivir momentos clave y a brindar por todo lo que viene.
La historia contada por Mau





































2012
El primer "juguete"
Todo comenzó en 2012, mientras estudiaba Enología y Viticultura en la Universidad de Adelaide. Como parte del programa, cada estudiante tenía que hacer su propio vino: un ejercicio completo, desde el viñedo hasta la botella. Yo trabajé con un Shiraz de un viñedo vecino a la universidad, sin fines comerciales, simplemente como un experimento de aprendizaje.
A ese vino, mi primer vino formal, le llamé "el juguete". El nombre venía de la idea de que, al estar aprendiendo, equivocarse era parte del proceso. Era una especie de juego serio: me estaba entrenando, pero también divirtiendo. Para coronarlo, un gran amigo mío, Luis Othon, diseñador gráfico en Monterrey, me regaló una etiqueta hermosa hecha con bloques tipo "jenga", representando ese proceso de construcción y aprendizaje. Todo encajaba: el nombre, el diseño, el vino, la etapa en la que estaba.
Sin saberlo, ahí nació Juguette.
2013
El nacimiento formal de Juguette
Ya graduado y trabajando como enólogo en una gran bodega en Barossa Valley, seguía dándole vueltas a la idea de hacer mi propio vino. Los fines de semana me juntaba con amigos a platicar sobre la vendimia, entre ellos Peter Hiscock, quien trabajaba entonces en Torbreck. Un día me habló de un productor llamado Andy Kalleske que tenía uvas increíbles. Me dijo: “Si puedes conseguir fruta de Andy, estás del otro lado”. Así que un día, entre cervezas, le pregunté a Andy si por casualidad le sobraban una o dos toneladas. Para él, que maneja volúmenes importantes, era poca cosa, y me dijo que sí. Claro, todavía no tenía ni idea de dónde vinificar. No podía hacerlo en la bodega donde trabajaba, así que Andy, muy generosamente, me ofreció hacer el vino en su propia bodega. Y así nació la primera cosecha real de Juguette. La uva era espectacular. Desde el primer momento supe que había algo especial. Empecé a etiquetar las barricas como “El Mexicano Loco” y “The Crazy Mexican”, medio en broma, medio sin saber hacia dónde iba el proyecto. Pero al final, el nombre original volvió a mí. Seguí llamándole “el juguete”, como de cariño, hasta que un día pensé: ya no es solo un juego, esto va en serio. Así que le agregué una “T” extra. Juguette. Ese pequeño cambio simbolizaba mucho: la seriedad que empezaba a tomar el proyecto, el equilibrio entre lo lúdico y lo profesional, y la dualidad del vino. Porque sí, es un vino australiano, pero tiene el corazón mexicano. Esa mezcla única de origen, espíritu y destino. Y así, sin mucha planeación pero con mucha pasión, arrancó Juguette.
2014
El Salto de fe y el primer gran aplauso
El 2014 fue el año en que Juguette empezó a tomar forma como algo más grande. Recuerdo perfecto cuando por fin embotellamos la primera añada (la de 2013), después de haber pasado más de un año en barrica. Pero al mismo tiempo que cerrábamos ese ciclo, ya tenía que estar pensando en el siguiente. Si realmente quería que el proyecto tuviera futuro, había que escalarlo. La primera cosecha había sido diminuta: apenas 120 cajas. Hacer vino es lo que sabía hacer, para eso me entrené. Pero pronto entendí que llevar una empresa vinícola implicaba mucho más que solo vinificar. Había que pensar en cómo exportar, cómo importar a México, cómo distribuir, cómo vender… y si no aumentábamos volumen, simplemente no iba a ser viable. Así que para la cosecha 2014, dimos un salto. Un salto grande. Pasamos de vinificar 2 toneladas a unas 20. Todavía era un proyecto chiquito, pero el crecimiento fue enorme en proporción. Ese año también nacieron dos vinos nuevos: el Shiraz Cabernet de McLaren Vale y el ahora clásico Avión de Juguette. Lo curioso es que, aunque hoy el Avión de Juguette es el vino más vendido de la marca en México, la mezcla original era muy distinta a la de hoy. En esa primera añada, fue un blend de Grenache, Tempranillo y Graciano, con un guiño fuerte hacia las variedades españolas. La idea original era justo esa: jugar con uvas ibéricas y darles un giro aussie. Con el tiempo cambiamos la mezcla a una más clásica australiana (Grenache, Shiraz y Mataro), pero esa primera versión voló con espíritu español. Lo que sí se mantuvo siempre fue el alma juguetona y aventurera del proyecto. Y justo cuando pensábamos que la historia de 2014 terminaba ahí, vino un momento que nos dio alas. A finales de ese año, mandamos las primeras botellas de la cosecha 2013 a México. Y, casi por arte de magia, recibimos una invitación muy especial de la Embajada de Australia en México para participar en una degustación de vinos australianos. Allí estarían presentes varias bodegas, y nosotros, como invitados especiales, también. Durante el evento se organizó una cata a ciegas con críticos de mucho renombre del país… y, para nuestra sorpresa, Juguette fue elegido como uno de los mejores vinos de toda la degustación. Ese reconocimiento fue clave. A raíz de ese evento, cerramos nuestros primeros acuerdos de distribución en Ciudad de México y Monterrey, lo que le dio al proyecto un empujón enorme. Por primera vez, sentimos que el sueño no solo era real, sino que también tenía futuro. Las cosas empezaban a caminar. No todo sería fácil después —ni de cerca—, pero esa sensación de que íbamos en la dirección correcta… esa sí, no se nos olvidó nunca.
2015
Jugar en equipo
El 2015 fue un parteaguas. Así, sin más. Por un lado, la realidad nos alcanzó: se acabó el dinero. Lo poco que se estaba empezando a generar con la venta del vino 2013 apenas alcanzaba para cubrir el embotellado del 2014, pero ni de cerca para mantener un proyecto serio en marcha. Y ahí es donde entra en escena una pieza clave del rompecabezas: mi familia. Ese año nos asociamos formalmente, y aunque en ese momento no lo dimensionaba, fue uno de los movimientos más importantes —y sabios— en la historia de Juguette. Me costó entenderlo, pero el vino (como el futbol) no se gana solo. Uno puede tener la energía, las ganas, incluso el talento, pero sin un equipo alrededor que te apoye, te rete y te complete, no hay forma de ganar un campeonato. Y eso fue lo que encontré al sumar a mi familia: equipo, respaldo y dirección. Uno de los cambios más grandes fue en el área de ventas. Yo estaba a miles de kilómetros de distancia, enfocado en producción, y el tema comercial se volvía cada vez más complejo. Manolo, mi hermano, ya tenía experiencia en la industria de bebidas y levantó la mano. Se hizo cargo de la distribución en México, y a partir de ahí comenzamos a dar los primeros pasos hacia una empresa real. Porque hasta ese momento, Juguette era básicamente un proyecto personal... un experimento con mucho corazón, pero sin estructura. Ese mismo año lanzamos un nuevo vino: El Trompo. Y como si el destino nos hubiera querido echar una mano, la cosecha 2015 fue simplemente espectacular. Un año seco, con calor moderado, que nos regaló uvas de una calidad increíble. Complejidad, concentración, equilibrio... hasta hoy sigue siendo una de mis añadas favoritas. Fue una vendimia tan buena que, años más tarde, nos trajo nuestras primeras medallas de oro en concursos internacionales. También fue un año de crecimiento fuerte en volumen: procesamos cerca de 40 toneladas, el doble del año anterior. Ya estábamos jugando en otra liga. Y con eso vino más responsabilidad, más riesgo, y más necesidad de tomar decisiones importantes. Durante todos esos años seguía trabajando como enólogo para otra bodega en Barossa Valley, pero el tamaño que había tomado Juguette ya me rebasaba. Fue justo en ese año cuando empecé a contemplar seriamente dejar mi trabajo y dedicarme por completo al proyecto. No sería hasta después de la cosecha 2016 que daría ese salto, pero 2015 fue el momento en que lo visualicé. También fue un año más de vida nómada. En 2013 vinificamos con Andy Kalleske en su bodega Atze's Corner; en 2014 estuvimos en Redhead Studios con Dan Graham; y en 2015 vinificamos en Massena Wines, también en Barossa. Todavía faltaba para llegar a McLaren Vale y tener un hogar propio... pero ya estábamos en camino. Ese año también marcó un momento inolvidable en nuestra historia operativa: recibimos por primera vez un contenedor completo en Monterrey. Rentamos una pequeña oficina en un segundo piso y, como no teníamos montacargas ni patines hidráulicos, tuvimos que descargar cada caja a mano. Hicimos cadena humana: mi papá, mi mamá, Lore, Manolo, el chofer, un par de trabajadores... todos juntos bajando caja por caja por las escaleras. Fue extenuante, pero también profundamente simbólico. Juguette nació con las mangas remangadas, desde el primer día.
2016
Aprender a picar piedra
El 2016 fue un año de muchas decisiones, muchos viajes… y muchas puertas cerradas. Ya desde antes había decidido que iba a dejar mi trabajo como enólogo en Pernod Ricard, pero mi jefe de entonces —y hoy buen amigo— Dan Swincer, me pidió que regresara una última cosecha. Así que lo hice. Fue mi vendimia final trabajando para otra bodega. Y vaya manera de cerrar ciclo. En esos años yo vivía brincando de hemisferio: hacía los vinos de Juguette, los dejaba en barrica, y me iba a trabajar a otras regiones del mundo. En 2014 estuve en México y España (trabajando en Rivero González en Parras y luego en Campo Viejo e Ysios en La Rioja). En 2015 me fui a China. Pero ya para el 2016 el tamaño del proyecto me había rebasado. Además, ese mismo año plantamos el viñedo en Ojos Negros, Baja California, así que ya no había espacio para seguir dividiendo mi atención. La cosecha 2016 fue cálida y concentrada, con taninos marcados y buena estructura. Hoy en día, esos vinos están justo en su punto. Fue una gran añada, de las que no se olvidan. Pero mientras en Australia todo se movía en la bodega, en México estábamos apenas aprendiendo a comercializar. Mi hermano Manolo ya llevaba un año manejando la marca y ese año nos lo tomamos muy en serio: hicimos degustaciones por todo Monterrey y Ciudad de México. Me acuerdo perfecto de un viaje que hicimos juntos a CDMX. Nadie nos conocía, íbamos con nuestros vinos bajo el brazo y muchas ganas de conquistar el mundo. Una escena que nunca se me olvida: estábamos en Polanco, caminando cerca de un restaurante importantísimo, de los que hoy tienen estrella Michelin, y dijimos: “¿por qué no?”. Pensamos que nuestros vinos podían llamar la atención. Entramos, les presentamos la propuesta… y nos cerraron la puerta con un clásico “no, gracias, joven”. Fue un baño de humildad, pero también una llamada de atención. Empezábamos a entender lo que realmente significaba vender vino en México. Hasta ese momento habíamos logrado colocar la producción principalmente con amigos y conocidos en Monterrey, pero al querer entrar a otros mercados como CDMX, nos dimos cuenta de que no sería tan fácil. La gente ni siquiera sabía que en Australia se hacía vino, y mucho menos querían comprarlo. Las objeciones eran muchas… y duras. Una de las experiencias más memorables fue una junta en una tienda de vinos muy popular en su momento, ubicada en Calzada del Valle, Monterrey, que ya no existe. El dueño me recibió amablemente, pero con total franqueza me dijo que nuestras posibilidades de éxito eran mínimas. Según él, vender vino australiano en México era una locura. Me puso de ejemplo que ni siquiera podía mover 100 cajas al año de un productor consolidado del Clare Valley. Me agradeció por pasar… y nos auguró un futuro difícil —por no decir imposible—. Fue desmoralizante, sí. Pero Manolo fue el primero en decir: “es que no entienden lo que queremos hacer”. Y tenía razón. Nosotros no traíamos solo etiquetas: traíamos una historia, una propuesta, una identidad. Y por suerte, teníamos claro que, aunque aún faltaban piezas por acomodar, Juguette tenía cuerda para rato. Ese mismo año la empresa seguía siendo una microempresa: en Australia éramos dos personas; en México, Manolo y mi papá… y ya. A finales del año (o tal vez principios de 2017), mi hermana Lorena se unió oficialmente al equipo para ayudarnos con la parte administrativa. También entró una auxiliar contable, y poco a poco fuimos dejando de ser un proyecto familiar improvisado para convertirnos en una empresa con todas sus letras. Lo interesante es que, con el paso del tiempo, algunas de esas personas y empresas que no nos auguraban ningún futuro… ya no están. Y Juguette, años después, sigue creciendo.
2017
Reconocimiento, crecimiento… y nace el Velero
El 2017 fue un año de trabajo constante, una continuación del impulso que traíamos desde 2016. Pero también fue un año clave: la marca empezó a consolidarse y a ser reconocida en el mercado mexicano. Uno de los grandes hitos fue que recibimos múltiples medallas de oro por la cosecha 2015 en concursos como el Concours Mondial de Bruxelles, San Francisco International Wine Show, Mundus Vini, y otro más en Austria. Ganamos oro en todos. Aunque nunca ha sido el foco de Juguette perseguir medallas, en ese momento necesitábamos un espaldarazo que demostrara la seriedad y calidad del proyecto, especialmente con un nombre tan poco convencional como el nuestro. Recuerdo que un enólogo argentino y amigo, hoy en día en Parras, me dijo: “me sorprendió que un proyecto tan serio y bien hecho se llamara Juguette”. Justo por eso las medallas ayudaron a cimentar credibilidad. Ese año también se produjo por primera vez el Velero de Juguete, nuestro primer vino blanco. Queríamos lanzar algo fresco y vibrante, y apostamos por el Sauvignon Blanc, una variedad representativa de Nueva Zelanda, pero también con gran potencial en Australia. Sin embargo, el estilo del Velero se aleja del perfil neozelandés, que suele ser más herbáceo y piracínico. El Velero es un Sauvignon Blanc con mayor textura y complejidad, parcialmente fermentado en barrica. Combina notas de lima, limón, frutas tropicales, y un leve toque tostado que le da estructura y densidad. Ha sido una pieza clave en la evolución de Juguette, y hoy es uno de los vinos blancos por los cuales más se nos conoce. Ese mismo año Mauricio Fernández, alcalde de San Pedro en Monterrey, nos siguió apoyando como lo hizo desde el principio. En agradecimiento, le hicimos un vino especial llamado “El Alcalde”, con una etiqueta diseñada solo para él. Era su vino consentido para regalar en Navidad, y ese gesto también ayudó a que mucha gente conociera Juguette. El equipo también creció. Pau Buenrostro se unió como ejecutiva de cuenta en Ciudad de México, donde trabajó con nosotros varios años y siempre con súper buena vibra. En Monterrey seguía al frente Manolo, que ya tenía bien estructurada la operación en esa ciudad. Yo ese año estuve entre Australia y México, muy enfocado en el desarrollo del rancho en Ojos Negros, que ya tenía sus primeras hectáreas plantadas. La vendimia en Australia fue más fresca, con lluvias intermitentes que retrasaron un poco la cosecha. El resultado fueron vinos delicados, perfumados y muy atractivos en juventud, aunque no tan concentrados como otras añadas. Finalmente, 2017 también fue el año que lanzamos la marca Somos en Australia. Mike Bennie, un reconocido crítico australiano, le dio una calificación altísima a uno de nuestros vinos, lo que nos abrió las puertas para distribución local. Así comenzó ese side project que poco a poco fue ganando identidad propia. Un año redondo. Medallas, nuevos vinos, más presencia en el mercado y el nacimiento de otro proyecto que también nos ha dado muchas alegrías.
2018
Autonomía, consolidación y compromiso artesanal
El 2018 fue un año de muchos cambios y movimiento. Inició con la primera gran mudanza oficial a un espacio que por fin sentíamos verdaderamente nuestro. Años previos, aunque teníamos acceso a todo el inventario y tomábamos las decisiones, el lugar físico seguía siendo prestado. En 2018, rentamos nuestro propio almacén, que se convirtió en el centro de operaciones de todo el proyecto. Ese año también compramos nuestros propios equipos: despalilladoras, prensa, montacargas… Hasta entonces habíamos trabajado con lo que nos prestaban las bodegas donde vinificábamos. La independencia llegó. Aunque seguíamos elaborando en una bodega rentada, esta vez con la familia Curtis en McLaren Vale, ya todo el equipo era nuestro. Mark Curtis, de Curtis Family Vineyards, fue quien nos rentó el espacio, y ahí estaríamos varios años. La cosecha 2018 fue excelente. Un año templado, sin enfermedades, con una madurez perfecta. Eso sí: ¡cosechamos casi 100 toneladas y solo teníamos una prensa de 800 kg! Fue una vendimia agotadora, pero la calidad fue sobresaliente gracias a que la fruta llegó de forma escalonada. Ese año Juguette se consolidó en México. La crítica de vinos Sandra Fernández nos visitó en Australia con su esposo. Además, fuimos invitados por primera vez a Nación de Vinos, siendo el único proyecto de vino hecho por mexicanos pero elaborado fuera del país. Fue un gran reconocimiento que nos llenó de orgullo. En lo personal, el 2018 también fue muy especial porque me casé. Para la boda embotellamos un vino que se había elaborado desde 2016: La Boda de Juguette, un Cabernet 100% de McLaren Vale. Como hice mucho más vino del necesario (por si la boda era de 100… o de 1000 personas), lo que sobró se lanzó después como Single Vineyard Cabernet, un vino que marcó época. También fue el primer año que hicimos Chardonnay, mi variedad predilecta. Logré convencer a Manolo de lanzar un blanco de alta gama, y fue todo un acierto. Además, embotellamos por primera vez Oda, cuya primera cosecha fue 2015, con uvas de viñedos centenarios en Greenock, Barossa Valley. Y aquí va un momento que nunca olvidaré: yo mismo enceré cada botella de Oda a mano. No había equipo, no había ayuda, solo muchas ganas. Estábamos en una pequeña oficina arriba del almacén de Monterrey. Me pasé horas y días encerando botella por botella, una por una, preparando ese vino con una dedicación casi ceremonial. Ese tipo de esfuerzos marcaron la esencia de Juguette: trabajo artesanal, personal y profundamente comprometido. El 2018 fue el año donde pasamos de ser una marca emergente, a una marca que había encontrado su lugar.
2019
El año que nos puso a prueba
Para la cosecha 2019, Juguette ya había tomado una dimensión mucho más grande. Veníamos de una cosecha 2018 muy abundante, y ahora tocaba embotellar, etiquetar, enviar a México, ¡hacer todo lo que implica crecer! Pero claro, todo se multiplicó: los problemas logísticos, los espacios de almacén tanto en Australia como en México, y la necesidad de sumar más manos al equipo. Ese año comenzamos a montar de forma más ágil la distribuidora en México, con Manolo liderando la parte comercial y mi hermana Lore tomando las riendas del área administrativa. Y por supuesto, mi papá, figura clave desde el inicio, aportando su visión financiera, su orden, su apoyo incondicional. Podría decir que 2019 fue el año en que cuajó el equipo completo. También fue especial porque ese año lanzamos Oda 2016, un vino que le dediqué a mi papá como homenaje, y lo presentamos en un evento muy emotivo en Koli. Fue una de esas ocasiones que te recuerdan por qué haces lo que haces. En ese punto, Juguette ya era una marca consolidada en muchos rincones de México. Pero algo curioso empezó a suceder: comenzaron a aparecer otras marcas de vino con nombres que giraban en torno al concepto de “juguete”. Sin decir nombres, claro, empezamos a ver cómo la gente se identificaba con la marca, con su esencia nostálgica y alegre. Siempre lo tomamos con humor. Para nosotros, eso significaba que algo estábamos haciendo muy bien: si otros se inspiran en ti, es porque estás dejando huella. Ese año también marcó la entrada a City Market, un hito importante después de haber entrado a Vinoteca el año previo. La exposición que nos dio fue enorme. También me entrevistaron en la revista Food & Wine, una publicación que yo solía comprar en los aeropuertos... y de repente ¡ahí estábamos nosotros! Somos, nuestra otra marca en Australia, también tuvo un crecimiento brutal en 2019. Entramos a siete nuevos mercados internacionales, el más importante de ellos Japón, que hoy en día sigue siendo uno de nuestros principales mercados de exportación. Aunque son marcas distintas, Juguette y Somos comparten origen, filosofía y manos que lo hacen, así que todo va de la mano. Un cambio fundamental ocurrió también en el rancho de Ojos Negros. Ricardo Michel, gran amigo desde la universidad, entró oficialmente como viticultor a finales de 2018, pero en 2019 ya estaba transformando por completo el viñedo. Él fue quien lo certificó como orgánico y se hizo responsable de toda la producción en Baja California. Mejor viticultor que yo, sin duda. Su llegada me liberó para enfocarme en desarrollar más a fondo Juguette. Ese año también fue el primero en que hicimos vino bajo el proyecto Dominio de las Abejas en Baja California. En 2018 ya habíamos vinificado uva de nuestro viñedo de Ojos Negros, pero todo ese vino lo mandamos a Australia y lo llamamos el Nebbicholo, un blend de Nebbiolo simpático que salió a la venta en 2019. La cosecha 2019 fue complicada pero muy buena. Comenzó muy temprano, fue muy comprimida, y aunque logramos un volumen similar (o incluso mayor) al del 2018, la presión de la temporada fue brutal. Además, incrementamos considerablemente la producción de vino blanco, y con la prensa pequeña que teníamos en ese entonces, ¡fue todo un reto! Esa fue, sin duda, la añada más desgastante físicamente que hemos hecho. Todavía en ese momento, éramos solo dos personas en el área de producción en Australia. Todo, absolutamente todo, pasaba por nuestras manos. Desde 2013 hasta 2019, así fue. No sería hasta 2020 que alguien más se sumaría al equipo en bodega. En retrospectiva, 2019 fue un año de crecimiento, de prueba, de validación. Nos curtimos, nos expandimos y afianzamos nuestro lugar tanto en México como en el extranjero. No sabíamos aún lo que nos depararía el 2020, pero ya veníamos con fuerza.
2020
Un año de claroscuros
El 2020 comenzó de la mejor manera posible y luego se transformó en algo completamente distinto. Fue un año que empezó con luz… y terminó en total oscuridad. Yo soy aficionado al Club de Fútbol Monterrey, y ese año arrancó con Rayados campeón de la liga mexicana el 30 de diciembre de 2019, ganándole a la América (mi hermano Manolo, americanista de corazón, no estuvo muy feliz con eso). Así que, entre risas, no había mejor forma de empezar el año. Pero después, todo cambió. En enero, recién regresando a Australia después de pasar la Navidad en México, el país fue azotado por los peores incendios forestales que me ha tocado presenciar. Literalmente todo el país estaba en llamas, con fuegos activos en cada estado. Fue desgarrador. Tuvimos, sin embargo, la gran fortuna de que nuestros viñedos en McLaren Vale, Barossa y en las Adelaide Hills no sufrieron daños. Tuvimos mucha suerte, y me siento profundamente agradecido por eso. Y luego, claro… llegó la pandemia. Yo estaba en Sídney en un viaje comercial de Somos, visitando restaurantes y clientes potenciales, cuando las noticias comenzaron a intensificarse. Poco después, en marzo, Australia cerró por completo sus fronteras. Al ser una isla, eso le permitió contener de forma bastante efectiva el virus. Dentro de South Australia, tras la primera cuarentena, se logró mantener el control sanitario, y pudimos seguir operando como industria agrícola, lo que fue un alivio enorme. La vendimia 2020 ocurrió justo en ese pico inicial, así que —como siempre— pasé esos meses de cabeza, trabajando duro. De cierta forma, para mí, todo se sintió como “business as usual”. Pero lo cierto es que, aunque el mundo estaba paralizado, la calidad de la cosecha 2020 fue excepcional. Junto con la 2015 y la 2021, la considero una de las mejores cosechas que hemos hecho. Fue una añada muy equilibrada, con madurez perfecta, sin problemas sanitarios, y aunque inició con una ola de calor, el resto de la temporada fue templada. La producción fue de alrededor de 110 a 120 toneladas, similar al año anterior, pero con una calidad aún más refinada. Ese año también fue muy especial porque se unió Doug Deutsch al equipo de producción. Doug tiene un doctorado en microbiología, y entró inicialmente para fortalecer el área de laboratorio, pero rápidamente se volvió una pieza clave del equipo. Hoy en día, sigue siendo mi enólogo asistente en Australia, y su llegada fue clave para permitirme seguir creciendo como enólogo y como empresa. Y también fue el año en que lanzamos uno de los vinos más significativos y emotivos del portafolio: El Duende de Juguette. La idea nació en una conversación con Andrea, mi esposa, mientras hablábamos de lo triste que era ver cómo, en México, mucha gente estaba perdiendo su trabajo debido a las restricciones de la pandemia. Un día, ella me dijo: "Si la marca se llama Juguette, ¿por qué no hacen algo que realmente pueda aportar algo bonito? ¿Qué va a pasar con todos esos niños cuando llegue la Navidad?" Esa reflexión fue el origen del Duende. Decidimos crear un vino cuya causa fuera regalar un juguete por cada botella vendida. La idea era simple: si alguien compraba una botella del Duende de Juguete, nosotros compraríamos un juguete y lo entregaríamos a un niño o niña en situación vulnerable durante esa Navidad. El proyecto fue concebido originalmente como una edición única, solo para ese año pandémico. Pero fue tal el apoyo, la emoción, y el impacto positivo que tuvo, que decidimos mantenerlo como una etiqueta navideña recurrente. Hoy en día, el Duende de Juguette solo se lanza en noviembre y diciembre, con una etiqueta distinta cada año que se ha vuelto coleccionable. Ese primer año, en plena pandemia, la logística fue todo un reto. Yo me encargué de hacer el vino y mandarlo a México, y mi familia se encargó de la distribución de juguetes, especialmente mi hermana Lore, quien coordinó la entrega en medio de restricciones sanitarias, sin poder hacer eventos grandes ni aglomeraciones. Fue una labor titánica, pero lo logramos. Desde entonces, el Duende se ha convertido en una de las etiquetas más queridas de todo el portafolio. No solo por su sabor, sino por la causa emocional que lleva dentro. Por si fuera poco, ese 2020 también trajo una noticia personal que transformaría mi vida para siempre: Andrea quedó embarazada de nuestro primer hijo, Mateo. En medio del encierro, de la incertidumbre, y del miedo global, encontramos esperanza, alegría y propósito. Eso me marcó profundamente, y me inspiró a dedicar ese año algo muy especial… Ese año escribí “La Oda a la Maternidad”. Una dedicatoria a Andrea, a la fuerza y magia que implica crear una vida en el vientre. Es uno de los vinos más simbólicos y personales que he hecho en toda mi carrera. 2020 fue un año de mucha reflexión, de sensibilidad extrema y de gratitud. Aunque el mundo se detuvo, nosotros seguimos adelante.
2021
Un año monumental: vendimia, familia y hogar
El año 2021 arranca como cohete con el nacimiento de mi primer hijo. Algo que, como cualquier padre primerizo, te sacude el mundo de forma profunda. La inexperiencia de ser papá por primera vez de un bebé chiquitito es tan hermosa como retadora. Dormíamos poco, todo era nuevo. Mateo nace justo semanas antes de iniciar vendimia. Realmente no hubo ni tiempo para respirar: tuvimos que entrar a la vendimia a toda velocidad, sin pausa. Ese año tuvimos, hasta entonces, la cosecha más grande de la bodega. La misma que se vería eclipsada después por la de 2022, pero en 2021 hicimos poco más de 200 toneladas. Y ahí empezaron nuestros problemas más graves de espacio. La cosecha 2020 también había sido de buen tamaño, de modo que nuestra capacidad de tanques, barricas, equipos... todo estaba totalmente saturado. Ya desde las cosechas 2019 y 2020 habíamos estado considerando buscar un lugar más grande. Incluso, habíamos evaluado comprar un terreno y construir una nueva bodega, pero con la pandemia decidimos atrasarlo. En 2021, el problema de espacio se volvió crítico. Teníamos que operar como si jugáramos tetris con barricas, tanques y equipos. Sacábamos cosas para meter otras. Fue una pesadilla desde el punto de vista logístico, pero nos empujó a actuar. Un transportista que conocíamos nos puso en contacto con el dueño de una pequeña bodega en renta. Cuando la fui a ver, supe que era el lugar. Entonces le hice una propuesta: en vez de rentarla, estábamos dispuestos a comprarla. Después de una larga negociación, logramos concretar la compra de 333 Foggo Road. Fue un momento gigantesco para nosotros: nueve años después de haber empezado el proyecto, finalmente teníamos un lugar que podíamos llamar propio. La bodega que venía con la propiedad no resolvía por completo nuestros problemas de espacio, ya que era de tamaño similar al anterior. Pero fue el primer paso. Años después construiríamos una segunda bodega detrás, que amplió mucho más la operación. Pero ese momento fue simbólicamente enorme. Además de todo eso, la cosecha 2021 fue espectacular. Venía a las espaldas de una gran 2020 y fue del mismo calibre. De hecho, la trilogía 2020, 2021 y 2022 es muy especial para nosotros. Cada una con sus cualidades, pero 2021 fue una añada más moderada, aromáticamente preciosa, con calor sin extremos. Tal vez no tuvo la concentración de la 2020 o la 2022, pero fue elegante y equilibrada. Y muy cómoda de trabajar, fuera de los problemas de espacio. Después de la cosecha, decidimos viajar a México para producir la vendimia de Ojos Negros, pero salir de Australia seguía siendo un reto. Nos dieron un permiso especial por motivos comerciales y tomamos un vuelo prácticamente vacío: mi esposa, mi hijo, yo, dos personas más y la tripulación, en un avión para más de 250 personas. Fue surreal. Pensamos que tal vez no podríamos regresar, pero fuimos afortunados. No nos enfermamos, hicimos la vendimia y en noviembre Australia reabrió fronteras por primera vez desde el inicio de la pandemia. Ese viaje fue también el reencuentro con la familia. Nuestro hijo conoció por fin a sus abuelos y tíos. Fue profundamente emotivo. Y como cereza del pastel, al regresar a Australia, tuvimos que pasar dos semanas en Sídney por protocolos sanitarios. Allí, en el Opera House, entramos a tomar algo y vimos que estaban sirviendo por copeo nuestro Chardonnay de Seven Eves. Un vino que producimos en Australia para el mercado local. Ver nuestro vino en uno de los lugares más icónicos del país, como migrante mexicano, fue un momento profundamente simbólico e inolvidable. Así cerramos un año gigante: la cosecha más grande hasta entonces, el nacimiento de nuestro hijo, la compra de nuestra primera bodega, el reencuentro con México, y el orgullo de ver cómo nuestro trabajo cruzaba fronteras y escenarios.
2022
Diez cosechas, un nuevo hogar, y el nacimiento de mi segundo hijo
El 2022 arrancó con una mudanza monumental. Aunque habíamos comprado la propiedad en 2021, no fue sino hasta este año que logramos trasladar toda la operación a la nueva bodega. El proceso no fue nada sencillo: tuvimos que mover decenas de tanques, equipos, prensa, despalilladora... una verdadera odisea. Fue necesario usar grúas para poder meter los tanques debido a la altura del techo, desmontar e instalar andamios, y ajustar todo milimétricamente para que funcionara en el nuevo espacio. Todo esto ocurrió en un margen de apenas un mes, ya que la vendimia llegó temprano, a inicios de febrero. El año empezó caótico, pero con una energía renovada. Ese año también se incorporó Pierre al equipo, un operador francés que se quedaría con nosotros un par de años y que siempre aportó buena vibra y actitud. Y llegó con él también la vendimia más grande que hemos hecho hasta la fecha: cerca de 400 toneladas procesadas. Fue un incremento gigantesco frente a años anteriores, motivado en parte por los desafíos logísticos que trajo la pandemia. Habíamos aprendido que necesitábamos manejar inventarios más grandes en México, porque muchos vinos se habían agotado durante los retrasos en contenedores en 2021 y 2022. El Trompo, El Avión… varios estuvieron agotados por meses. Aunque ya contábamos con nuestra propia bodega, el volumen fue tan elevado y los retos logísticos tan complejos que la operación de la vendimia fue titánica. Todos en el equipo tuvimos que estar al 100, día y noche. Junto con la del 2019, creo que ha sido una de las cosechas más pesadas y demandantes que hemos vivido. Sin embargo, la calidad fue excepcional. Fue una añada con buena carga de fruta en las plantas, y una combinación atípica de gran volumen y altísima calidad. Así cerramos la trilogía mágica de 2020, 2021 y 2022: tres años seguidos de cosechas espectaculares. Hubo otros momentos importantes que marcaron el año. Australia por fin abrió fronteras, y eso permitió que mi familia pudiera venir a visitarnos. En esa visita, compartimos con ellos una de las noticias más bonitas que se pueden dar: que Andrea y yo estábamos esperando a nuestro segundo hijo. Jose Mauricio nació en diciembre de ese año. Por eso, las odas de las cosechas 2021 y 2022 son tan especiales: “Oda a mi hijo, parte 1” y “parte 2”, aún no liberadas, pero que llevan consigo el alma de esos dos años transformadores. Y si algo nos ilusionaba especialmente del 2022 es que representaba la décima vendimia de Juguette. Quería conmemorar ese hito con algo verdaderamente especial. Una de mis regiones favoritas del sur de Australia siempre ha sido Coonawarra, reconocida mundialmente por su Cabernet Sauvignon. Aunque ya elaborábamos Cabernet en McLaren Vale y Langhorne Creek, sabía que para los 10 años quería hacer un vino ícono que complementara nuestro Barossa Shiraz. Así fue como decidí trabajar por primera vez con uva de Coonawarra. Encontramos un viñedo de más de 60 años plantado sobre la famosa terra rossa de la región, y tuvimos la enorme fortuna de que 2022 fue considerada por Langton’s como una de las dos mejores cosechas en Coonawarra en los últimos 20 años, junto con 2012. El vino que resultó de esa uva fue simplemente excepcional. Lo criamos durante casi tres años en barrica y otro tiempo en botella, y lo lanzaremos hasta el 2025 como la gran celebración de nuestros primeros 10 años. Así cerramos un año increíble. Uno que lo tuvo todo: la mudanza a nuestra nueva casa, la vendimia más grande hasta ahora, el nacimiento de mi segundo hijo, y un vino conmemorativo que es símbolo de todo lo recorrido. Fue un año que, sin duda, recordaré para siempre.